AURORA CAÑERO

TEXTS

JAVIER RUBIO NOMBLOT

EN EL CENTRO DEL MUNDO

 

Miren bien esa pequeña figura erguida sobre su pedestal de bronce que mira inquieta hacia algún lugar del espacio, porque en cualquier momento tomará una decisión y reanudará su marcha. Ahora, se encuentra en el centro de un lago infinito y una maravilla de las muchas que existen en su universo ha captado su atención.

 

Los personajes de Aurora Cañero piensan, miran, descansan. En cada una de sus esculturas el bronce, noble y sólido, encierra la tensión entre lo que acaba de acontecer -un pasado apenas sugerido y lo que va a suceder a continuación- hallazgo, movimiento; metamorfosis. Cada obra suya narra un acontecimiento decisivo, ese instante en el que el hombre que habita en el centro del universo llega a su momento de verdad. A solas consigo mismo, flotando en el aire ante nuestros ojos sobre un pequeño trozo de su mundo, deja atrás la turbulencia del mundano ajetreo y se enfrenta al misterio. Sereno, sobrio. Grande y desvalido. Sabio e inocente, ahora es un símbolo.

 

En estas esculturas no hay dramas ni pasiones, no se habla de alegrías y de tristezas, pero hay siempre una intensa emoción: la plenitud del olvido, la comunión con la verdad sobre uno mismo, un sentimiento tan hondo que nos taladra desde la inmensa fragilidad de estas figuras. Aurora Cañero busca para el ser humano un lugar junto al corazón de la naturaleza y lo retrata allí donde no cabe más emoción que la que es suma de todas ellas. La artista sabe que el ser humano siente ante todo curiosidad; que, como un niño, descubre e inventa. Sus creaciones son su pedestal, su único mundo, sus límites, su nombre. Su isla.

 

En la isla del centro del mundo, nadie es sin su nombre y su creación. La ciencia, el arte, el deporte, el descanso o el paseo, aparecen aquí en su estado puro, como las propias figuras, despojadas, liberadas. Uno mismo ante sus actos; la acción en su sentido más puro. ¿Es esto el futuro de la ciencia y de la vida, o es la sólida representación de nuestro viaje por el hoy? Ni lo uno ni lo otro: es la poesía, que es eterna y que se relaciona con el mundo de un modo sutil y equívoco, que modela las almas como el viento convierte a la montaña en polvo. Con todo el tiempo del mundo.

 

La escultura de Aurora Cañero depende, cada vez más, de una perfección formal que hunde sus raíces en el canon clásico de belleza y que le exige un conocimiento de la anatomía, de las proporciones y de la composición cada vez más profundo. Es interesante señalar, ante estas obras últimas, que ese despojamiento formal, esa sobria factura que la caracteriza, constituyen el último paso de un rápido proceso en el que se ha ido eliminando todo lo artificioso, lo importado, lo meramente decorativo y propio de las etapas de formación. No le ha sido difícil a la escultora: nunca ha habido, en la obra de Aurora Cañero, y ni siquiera en las fases más tempranas de su evolución, excesiva retórica formal, ni se ha basado su discurso en el hallazgo de fórmulas inéditas.

 

No ha existido, a propiamente decir, invención de un nuevo vocabulario, ni asimilación precipitada de presuntos logros de otros artistas. El potencial creador de esta escultora se ha orientado al cultivo de la propia sensibilidad y de su capacidad para entresacar analogías, metáforas y símbolos de este mundo opaco en el que todos nos movemos. Ha apostado, con buen criterio, por el naturalismo y ha sabido resistir a la tentación de intervenir en él guiándose por hallazgos ajenos. Su camino está trazado dentro de los límites de estos poemas visuales, sencillos y emocionantes. El análisis de la relación entre la figura y el pedestal que constituye su mundo es ya, en el plano puramente formal, una aportación significativa y suficiente.

 

Aurora Cañero podría, desde la solidez de sus planteamientos, internarse en el terreno de la gran instalación o exagerar el componente escenográfico de sus composiciones. Reconocida su capacidad imaginativa, su sabiduría y su audacia para la composición, esta voluntaria renuncia a lo ampuloso y lo espectacular deja al descubierto muchas de las trampas en las que con frecuencia cae el arte de nuestros días. Y la sencillez, que es el rasgo distintivo de estas obras y la clave de su magnetismo, representa el triunfo de la belleza pura, directa, inapelable y familiar sobre el abuso de lo sorprendente. Si, al despojar a sus creaciones de lo superfluo, la artista se acerca más y más al secreto de la belleza y el misterio que poseen las esculturas de la antigüedad. Con Aurora Cañero aprendemos que, decididamente, su poder mágico es -como la poesía- eterno.

 

Aurora Cañero, al final del milenio, está contribuyendo junto a muchos de los artistas de nuestro tiempo a que el pensamiento simbólico, que es cálido refugio de poetas y buscadores de tesoros, oriente nuestros pasos en un devenir incierto. Sus esculturas, sin duda, nos miran desde el futuro.