ENTREVISTA. Diciembre 2021 (Blog de ADCOME)
Aurora Cañero es un demiurgo hacedor de "criaturas". Las concibe mediante el pensamiento y las alumbra en frágil barro con sus dedos todopoderosos. Tras la ordalía purificadora de la cera y el fuego, les otorga el presente de una inmortalidad broncínea.
Decir Aurora es nombrarla, pero también describirla como artista y persona. Irradia tanta luz y gusto por la vida que es capaz de concedérsela a la materia inerte. Sus figuras rezuman palabras, cuentan historias, hablan de lo que sienten y sugieren lo que callan. Deslumbran con su misterio y su depurada sencillez.
Nacida en el Madrid de 1940, bajo el signo de Géminis, hace ya más de seis décadas que Aurora vive entregada al Arte con mayúscula. Es, pues, como escultora —y sobre todo, como escultora profesional— una pionera en nuestro país, una mujer luminosa que ha abierto caminos y centelleado en la historia reciente del arte español, una gigante de las artes plásticas.
Su fabulosa obra —de resabios tanto clásicos como surrealistas y oníricos— ha sido elogiada y exhibida en ferias, bienales y en exposiciones individuales y colectivas en Inglaterra, Francia, Bélgica, Italia, Alemania, Suiza, Grecia, Colombia, Venezuela, México, Chile, Panamá, Estados Unidos y Singapur. Sus esculturas están presentes en el Museo Cassino de arte contemporáneo de Italia y en el Copelouzos Art Museum de Atenas.
En ADCOME hemos querido acercarnos a la vida y a la obra cautivadora de esta artista brillante, cuyos últimos trabajos se exponen en la galería Kreisler de Madrid hasta el 11 de enero de 2022.
Cuando era niña, ¿con qué soñaba?
Aurora Cañero (AC) Era una niña de posguerra y mi mundo infantil eran los cuentos de Calleja; me encantaban. Tuve la suerte de que mi abuelo me leyese muchos cuentos y de que mis padres siempre me regalasen lápices y cuadernos. Yo los llenaba de arriba a abajo con dibujos. A la hora de dibujar, me fijaba con detenimiento en la gente, en sus cuerpos, en cómo iban vestidos, en sus zapatos, en todo… Recuerdo que me encantaba la moda y que me apasionaba pintar figurines, pinté cientos de ellos (algunos de mi infancia todavía los conservo y mis nietos se ríen al verlos). Jamás olvidaré el día en el que se armó un gran revuelo en el colegio porque dibujé a Hilda (Rita Hayworth) con esa raja enorme en el vestido.
¿Quería ser escultora?
AC. A mí lo que realmente me gustaba era leer y dibujar. Asignaturas como Matemáticas y Física, que hoy encuentro tan interesantes, entonces no suscitaban en mí ningún entusiasmo. Mi padre tenía una conexión muy grande con la escuela de cerámica y me llevaba con él, y así fue como empecé a entrar en las clases y en contacto con el arte. Los profesores —provenientes en su mayoría de la antigua Institución Libre de Enseñanza— eran maravillosos y el ambiente me atrapó, de modo que en cuanto tuve ocasión de elegir, anuncié en casa: “quiero ir por este camino” e ingresé en la escuela de Artes y Oficios, y empecé a dibujar…a dibujar y dibujar escayolas y yesos. Se trataba de un aprendizaje muy disciplinado, muy pautado, duro y poco divertido, pero era lo que nos hacía falta. Allí aprendí a mirar, a ver, a entender y a retener la figura en mi mente cuando esta ya no se encontraba delante de mí.
En aquellos años también seguí clases de ilustración en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Todo eso me ha servido mucho.
¿Cómo y cuándo nació su vocación de escultora?
AC. Hubo un momento, era yo muy joven, que empecé a modelar y eso me fascinó realmente … ¡que de un trozo informe de arcilla pudiese hacer nacer una figura, era extraordinario, increíble, maravilloso! Es la experiencia genuina de creación, la experiencia rotunda de crear. Luego vienen los procesos de acabado, las técnicas, que es algo muy bonito, sí, pero la creación real se encuentra en lo que haces con tus dedos sobre el barro… Por otro lado, y como ya he explicado, se me daba bien dibujar figurines y antes de cumplir los dieciocho me contrataron en una casa de modas de Madrid: era la encargada de dibujar las colecciones. Entonces se consideraba más elegante presentarlas en dibujo que en fotografía y yo me ocupaba de hacer los álbumes. Se trataba de un trabajo muy cuidadoso, muy detallista e importante porque era “el escaparate” de la moda, lo que la casa mostraba a los clientes. Y entonces ocurrió que ese mismo año, me surgió la oportunidad de viajar a Italia con un grupo de amigos mayores que yo, amigos que habían hecho la carrera de Bellas Artes. Pensé que, si pedía permiso a mis padres, me lo negarían, pero, sorpresivamente, accedieron. Era 1958 y recuerdo aquel viaje con nitidez, como si fuera ayer mismo. Italia supuso un antes y un después, una experiencia que marcó mi vida. Absorbí el trabajo de los grandes maestros y lloré de emoción delante de sus obras. Fue tan alucinante que me dije que no quería retornar a las actividades relacionadas con la moda, que quería hacer arte, arte de verdad, seguir ese otro camino auténtico. Y así fue como di un giro de timón y emprendí una nueva ruta, en la que la escultura se volvió mi norte, el centro de mi interés…
Durante muchos años, ha sido profesora de Cerámica, ¿qué le ha enseñado la docencia?
AC. Con 24 años aprobé unas oposiciones a profesora de modelado en la Escuela Madrileña de Cerámica de la Moncloa. De mis alumnos aprendí mucho. Aprendí a mirar la obra a través de sus ojos. Cada persona que está contigo en la clase es
un creador diferente, cada una tiene su percepción de las cosas y eso te obliga a meterte dentro de su trabajo, dentro de su percepción. Tienes que ayudar a la persona, corregirla, pero siempre respetando su idea porque su idea es suya. Es bonito enseñar; aprendes a ver y a entender cómo trabajan los de más.
En lo que sí he querido influir en mis alumnos es en algo que como alumna yo aprendí de mis profesores: mirar, ver, entender y retener mentalmente la imagen para reproducirla después. En ese ejercicio siempre les he insistido.
Y…a mi edad, no he dejado de aprender, sigo aprendiendo, sigo estudiando la figura humana; no dejaré de hacerlo mientras continúe trabajando.
¿Por qué trabaja el bronce?, ¿qué le atrae de él?
AC. Me atrae la nobleza de este material, una nobleza que es maravillosa. El fuego, la fundición…es increíble. El bronce me ha dado siempre una satisfacción enorme. Llegó un momento que empecé a trabajarlo con asiduidad. Si tenía una exposición y vendía, podía seguir fundiendo mis obras en bronce.
Su intensa carrera internacional la ha llevado a exponer en numerosas capitales de Europa, Estados Unidos, América Latina y Asia. Sin embargo, usted empezó a exponer después de haber cumplido los cuarenta…
AC. Bueno, es que es una cadena a través de los años, un proceso dentro de una vida. Empecé a los 40 años porque fue el momento en el que comencé a sentirme segura de lo que estaba haciendo, no quería arriesgarme a hacer cosas para las que no me sentía lista aún. Además, había tenido una familia: tres hijos, un marido ( que me ha apoyado mucho), una casa, un taller de cerámica en funcionamiento a mi cargo…y por otro lado, estaba esa otra parcela —la de escultora— que para mí era tan importante y que tenía que separar de todo, absolutamente de todo para concentrarme en ella. Compaginar la vida privada con el arte es complicado. El arte es exigente.
La figura humana constituye el eje de su obra…
AC. Sí, así es. Desde que era niña me ha gustado representar la figura humana. Me interesa la figura humana más que otros temas. Admiro y me encanta el trabajo que otros hacen sobre otros temas, pero el mío es la figura humana. Nunca trabajo con modelo delante. Todos mis personajes son inventados, prototipos, que guardo en mi cabeza. No me interesa hacer realismo. Me interesa que las esculturas reflejen algo…una actitud, un sentimiento.
¿Por qué carecen de cabello sus personajes?
AC. Porque me fascina la forma de la cabeza, la forma del craneo y en ellas el pelo me acaba casi siempre resultando cursi. Es cierto que a algunas esculturas de bañistas las he representado con el cabello húmedo y muy pegado, por tanto, a la cabeza. O tocadas con un pequeño bonete de baño, pero en general, me gusta trabajar la cabeza desnuda, sin cabellos.
¿Y qué expresa a través de sus esculturas?
AC. Mis sentimientos y mis ideas. A menudo, también mi sentido del humor que intento reflejar en detalles anecdóticos o en algún gesto que haga sonreír.
Cada figura tiene su mundo propio. Antes de modelarlas creo diferentes bocetos en papel, no les suelo dar importancia, pero son parte de la historia particular de cada figura.
Pasión es el nombre de la exposición que, de sus trabajos más recientes, exhibe hasta el 11 de enero de 2022 la Galería Kreisler de Madrid. ¿Qué puede contarnos del conjunto de obras que conforman la exposición?
AC. Son doce personajes con su mundo exclusivo y un sentimiento profundo. La pasión —que es el nombre que le he dado a esta exposición— es un hilo conductor: la pasión por el trabajo, la búsqueda de lo inalcanzable, la búsqueda de las huellas del pasado o el hallazgo de tesoros arqueológicos…pasión…en lo que haces, en lo que persigues y en lo que encuentras.
A cada una de las figuras, les he puesto —a modo de sugerencia— un título. Pero es solo eso, una insinuación, una invitación a imaginar y a pensar para que luego cada cual llegue a su propia conclusión. Lo bonito y lo interesante es que cada persona efectúe sulectura de las figuras. La galería ha querido —en esta ocasión — acompañarlas de los bocetos, a partir de los cuales, las creé, y que son su esencia. Es la primera vez que los muestro en una exposición.
¿Tiene algún sueño que quiera convertir en escultura?
AC. El encargo de la obra grande, de la obra monumental es algo que a todos los escultores nos gusta. Cualquiera de las piezas de mi exposición, por ejemplo, podría hacerse en gran tamaño. Tengo media docena de esculturas en gran formato repartidas por el mundo, pero si te digo la verdad, mi auténtico sueño es seguir trabajando. Soy mayor y mi sueño es continuar así, teniendo cabeza y manos para seguir creando.